A estaba allí después de la neumonitis, con la casaca gruesa y dos pantalones, en el Coliseo, mesa 134. Jugando ajedrez con una partida de menos porque se inscribió en el segundo día, porque tenía las manos frías, el pecho cerrado, la fogata mental, y esa fiebre de niño alegre. Porque es ajedrecista que entrena solitariamente mientras las manos le crecen y el mundo es una esfera gigante que apenas cabe en su mirada.
A tiene un punto. Mañana sigue el Torneo.