Post katarsis

Esa historia de la pasión que se te sube por el cuerpo y te trastorna me parece una declaración gastada. Los hombres que andan con sus amantes, se la pasan asustadizos mirando a ambos lados como espías de la finquitada KGB. Se mueren por los culos enormes, redondos y no importa al final el cerebro. O ínfimamente. Todo es muy carnal y visceral y eso es bueno, me dirán. Y que soy una fría elucubradora. No tengo encanto y hasta algún o alguna idiota seguirá con su cantinela y su antimantra como francotiradores cutres.

Las mujeres (de hecho estoy generalizando en esta madrugada sin ganas de levantarme para poner agua a hervir) se la pasan hablando de amores dolientes, nostalgias, desarraigos. Como no me da la gana de parecer lo que no soy, no tengo ganas de formar parte del bando de los hipócritas. Éste no es un manifiesto, es un desahogo, porque este es un blog personal y así como disfruto diseñándolo, y sobretodo sacando de mí lo que a nadie más que a mi importa al fin y al cabo, el chip de la violencia se enciende y si una se calla, se quema la médula, y el vástago poema desfallece.

Yo sé que despertar simpatías no es mi especialidad. Parezco pretenciosa y más complicada de lo que soy. No me justificaré.

Pronto saldré afuera a ver cómo aparecen las primeras nubes y dejaré los papeles a un lado, el plumón rojo, el disco de Joy Division, el lapicero y esa vela de gel amarillo que Juana me obsequió antes de irse fuera del país. Tal vez yo y A deberíamos irnos muy lejos. Porque como dice Morin, la ciudadanía es planetaria y ya me cansé de vivir al borde de los bordes.