Hay tardes como ésta en las que una escribe porque el frío y la leve fiebre no me dejan hacer algo diferente. Sólo que escribir es más que algo. Es como una rueda. Mimetización en una rueda que gira con un sonido de batería, y el ritmo en vez de vértigo tiene una densidad y una ascensión anímica que te mueve las neuronas y tienes que escribir, pase lo que pase. En casa, no va a suceder nada pavoroso. El balón de gas está con el seguro y me he abrigado moderadamente para que la fiebre no me moleste. Me detengo y me digo, la prolongación de tu voz en el tiempo me está llamando y sí, eso es terrible. Una especie de tentáculo. Tenebroso instante.
Tengo que mirar mi agenda, pintar un gato, regar el cactus.
Clap. Las noticias son como un cordón ajustando el pecho. Hacen presión, y no hay brisa, hay frío. El mate se ha congelado.
Estamos llenos de virus, se oye la sinfonía de los estornudos. Veo el cadáver de un mendigo en la televisión. La apago. Me quedo mirando el cartel con la cara de Beethoven y una carcajada retumba desde el otro piso. Y el mendigo era alguien perdido. Nadie lamenta su muerte. Todos los mendigos vestidos con terno y corbata no la lamentan. O acaso alguno que hace poco era un trashumante, sí.
Rapsodia negra, así le llamaría a mi composición musical, si supiese escribir pentagramas y conociera las combinaciones tonales y el noise rondando entre las notas. Esa sería la rueda, ¿comprendes?
Mira los intersticios de tu propia escena
alguien te llama, no soy yo.
Sería simple decir que puedes hacer con tu vida lo que quieras. Libro de autoayuda, consejo de confesionario, discurso del triunfador. ¿Qué vas a decir?
Paleta de colores. Tengo una y unos zapatos cómodos. Los audífonos funcionan bien. El mate, ahora está caliente y:
quiero pintar un graffiti
quiero tocar un cuerpo delicado
quiero que la fortaleza tenga rostro de ciudad liberada
quiero que A me cuente sobre la rayuela y sus robóticos
quiero escribir una Rapsodia Negra.
Tendrían que existir parques llenos de girasoles en la ciudad y muchos, muchos cactus.
Mate caliente en las esquinas de cada paradero de autobús y cuerpos anhelantes, limpios, musicales, entre los ritmos trepidantes y la vacuidad de los días oscuros.
Cuerpos que gritarían alborozados en el abrazo y la cópula. Cuerpos, cuerpos.
A través de la contraventana miro pasar a la gente. Pasa y pareciera que se la lleva un bólido. Y nadie se da cuenta.
1 comments:
Leyendo hace un instante (o sea el pasado cuando alguien lea este comentario) vi que quien escribe
Huellas del último vals,
se llama como A.
:)
*
Como en la rueda... se encuentra rodando ...
*
Sería gratificante lo que pienso...
Post a Comment