Era la hora del mate de hierbaluisa al fondo del atelier. Tú con las sandalias gastadas en mil caminatas y campamentos de verano, con los chistes sobre Jason, el de la máscara blanca llena de agujeros y el martillo en las manos. Tú, rojo de deseo, por la muchacha sempiterna, que espiabas desde el ventanal con vitrales rojos y azules. Catedral de pintura y olor a lienzos al pie de cada alféizar..
Ah, cómo me ponía yo mintiendo frente a ti para sonar distante, asquerosamente correcta. Por cobardía, insolación, fetichismo secreto, ternura a gotas, escapando en bicicleta. Porque no sabía donde estaba el vestido de Berenice, para que lo dibujes y culmines de alguna manera tu erótika voyeur. Porque yo tenía los senos chiquitos, no sabía francés ni era preciosa. Así que un día le saqué una fotografía al vestido blanco de tu musa. Yo tu discípula, me reía de mi ofrenda, mi masoquismo, caminando sin aliento por el pequeño mirador de Barranco, mientras el mar se parecía a una canción de una banda de garage cuando la vida era un grito en medio de mil posters de cine y el revés de los besos.
(Para la dulce Eloísa).
Foto de Mariball Pearson.
2 comments:
Donde estés Eloísa, quizás en el fin del mundo...
Esta vez la foto es sugestiva, opera con el texto, movimientos de una nostalgia desnuda.
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Nada como darse un baño de acero en la noche y después llegar acá.
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