Suicidas (mujeres)

Pensaba en esos seres que despiertan una infinita ternura a otros con la belleza básica del SOS elegíaco y directo. Las mujeres sobre todo, al mostrarse tan vulnerables, suscitan no precisamente una solidaridad sino uno de esos afectos que se abre como una flor radiante si se aproxima al espacio físico de la que se lamenta. Mejor si ella en su sufrimiento, apoya su cabeza en el regazo del ocasional amante. Preferible para el bueno de la película si sus manos exploran aquel cuerpo (el cuerpo sugerido o deseado) . Y todo eso fluyendo en la imaginación o si es posible en la vida real, camino al delirio. Que se haga realidad la toma en primer plano.

Una mujer que sufre y contraataca su sufrimiento, se puede matar sin haber pedido auxilio en expresiones de melancolía incesante. Un día se lanza por una ventana como la chica de La vida soñada de los ángeles o como Gilles Deleuze. Como culminación a su vida, acomete su último acto sin estridencias. Sabe que caerá al pavimento y que su cráneo reventará como una cosa roja. Sabe que su cuerpo ya no será el depósito de su erótika. Y se lanza al vacío.

Ambas mujeres pidieron auxilio dando señales de desamparo en sus soledades distintas. La mujer cuya tristeza era como una canción escandalosa, disimulada en su ventajosa condición de solitaria ante el mundo, habrá recibido caricias, abrazos, ruegos, consejos, y alguna voz que intentó sacudirla. Antes del desenlace, esa mujer ha sido amada y compadecida como se compadece a una moribunda.
La otra mujer habrá renegado de todas sus saudades, no de su inefable ruta hacia la muerte. Habrá sido fuerte en su debilidad de anacoreta loca. Rota y unida al mundo, será capaz de abandonarlo sin más lágrimas que las que le broten mirando el horizonte de su último día mientras cae para no regresar nunca.