¿Han pensado en que los nombres que hay en el diccionario no siempre nos dicen lo que nos interesa saber sobre una palabra?
Eso pensaba María, mi amiga, la de las controversias en los subterráneos. Tardes diarias de alucines con cuadernos en el bolso y cierta alegría propia de los nihilistas que abandonaron hace rato esa pose de darkies, ese aire a tribulación existencial. Lista para generosas jornadas amatorias con guitarreos nocturnos, María me enseñó algunas complejas tretas para no abatirse hasta cansarse de la vida: es decir María me enseñó cómo manejar mi máquina sentimental en la hora zero. Y eso tenía que ver, por ejemplo con el dopito, una amalgama de sensaciones concentradas en una palabra que sí te dabas cuenta dónde estaba su médula, no necesitabas explicación o definición. El dopito era la vértebra de un aparato verbal imaginario. El dopito estaba entre la lluvia y tus goteras cristalinas, absurda o razonablemente, el dopito podía ser el más grande disparate o el centro de una conflagración. Siempre oculto en el agua que te tomabas con ansiedad después de un orgasmo celeste o de una fiesta de darkies azarosos, muchachada eufórica o mística de la dementia extrema.
El dopito podía ser un desorden simbólico, la hilera de tus errabundos pensamientos cuando extrañas a alguien del que no le hablas a nadie. Así es y no hay en absoluto ningún encanto en ti, cuando escuchas. Eso me gusta. Limpieza y un desatino para golpear la lógica. No me mires mal, no importa, mírame mal. Todo esto no tiene sentido. De eso se trata el dopito, por si no te habías dado cuenta.
María lo sabía y un sábado en una ceremonia con dementia, porque sí, porque ya había pasado la hora zero, y no quería que nada burocrático apareciera, mató al dopito, después de cepillarse los dientes.
Aleluya, Blondie cantaba María.
Y no hay patos, señorinas y señorinos. Ningún pato como los que soñaba Holden Cauldfield ni un cuervo como el que Poe lanzaba a la página. Sólo Blondie cantando. Y la muerte del dopito. Zapatos bonitos, zarandeo del cuerpo, mente dementia, radiaciones, basura, crepúsculos y mi amiga María asombrada. Un juego, brevedad serena, el collage con anotaciones raras, un rostro, un rastro, y después nada. Nada.
Eso pensaba María, mi amiga, la de las controversias en los subterráneos. Tardes diarias de alucines con cuadernos en el bolso y cierta alegría propia de los nihilistas que abandonaron hace rato esa pose de darkies, ese aire a tribulación existencial. Lista para generosas jornadas amatorias con guitarreos nocturnos, María me enseñó algunas complejas tretas para no abatirse hasta cansarse de la vida: es decir María me enseñó cómo manejar mi máquina sentimental en la hora zero. Y eso tenía que ver, por ejemplo con el dopito, una amalgama de sensaciones concentradas en una palabra que sí te dabas cuenta dónde estaba su médula, no necesitabas explicación o definición. El dopito era la vértebra de un aparato verbal imaginario. El dopito estaba entre la lluvia y tus goteras cristalinas, absurda o razonablemente, el dopito podía ser el más grande disparate o el centro de una conflagración. Siempre oculto en el agua que te tomabas con ansiedad después de un orgasmo celeste o de una fiesta de darkies azarosos, muchachada eufórica o mística de la dementia extrema.
El dopito podía ser un desorden simbólico, la hilera de tus errabundos pensamientos cuando extrañas a alguien del que no le hablas a nadie. Así es y no hay en absoluto ningún encanto en ti, cuando escuchas. Eso me gusta. Limpieza y un desatino para golpear la lógica. No me mires mal, no importa, mírame mal. Todo esto no tiene sentido. De eso se trata el dopito, por si no te habías dado cuenta.
María lo sabía y un sábado en una ceremonia con dementia, porque sí, porque ya había pasado la hora zero, y no quería que nada burocrático apareciera, mató al dopito, después de cepillarse los dientes.
Aleluya, Blondie cantaba María.
Y no hay patos, señorinas y señorinos. Ningún pato como los que soñaba Holden Cauldfield ni un cuervo como el que Poe lanzaba a la página. Sólo Blondie cantando. Y la muerte del dopito. Zapatos bonitos, zarandeo del cuerpo, mente dementia, radiaciones, basura, crepúsculos y mi amiga María asombrada. Un juego, brevedad serena, el collage con anotaciones raras, un rostro, un rastro, y después nada. Nada.
2 comments:
Extrapolando a los dopitos, el juego se bifurca y hay otros juegos en ese rizoma. Lo lúdico tiene de trágico y de carcajada, fuertes dosis.
Dosis sin mesura.
:)
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