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11/04/2007

Azar y muerte

No entiendo nada. No sé nada. Trato de entender.

A veces uno piensa que el azar es algo que te traerá dicha o algo hermoso, fugaz y hermoso. Uno no piensa en la muerte como la enorme sombra acechante. No, uno medita sobre sus caras y sinuosidades, mas no la ve próxima ni tocando a alguien que tampoco conoces, y que sin embargo crees que conocerás pronto, porque desplaza su vida en la misma ciudad que tú.

Uno se aparta de los afectos artificiales y de los halagos o no se los toma como verdades, porque uno no se aferra a nada sino de una manera desgarbada a uno mismo, y de pronto todo se vuelve extrañamente terrible. Es otro tipo de desnudez la que sale de uno y allí en la médula de esa oscuridad, brilla un rostro que nunca vi de cerca. Una voz que escuché en la distancia, una risa ligera, y las palabras escritas. Todo atenazado por una garra que nunca vi como ahora. Porque esta vez hay algo que sé: este extravío se irá, mas no olvidaré a alguien que no conoceré ahora que ha muerto. Y no sé cómo darle algo a Faxx, el personaje, y no sé qué decirle a Joaquín, no sé cómo aproximarme a su muerte si apenas supe acercarme a su vida y sonreí en esa cercanía.

Cercanía fugaz.
Existencia fugaz.

Somos huesos y sueños, nada más. Como decía aquella mujer desolada en Nueve vidas. Estoy pensando que somos ilusiones quebradas que de pronto se pierden en el infinito. Y no sé cómo alejarme de esta idea, ahora que mi niño me mira, porque él no es una ilusión quebrada. Porque yo soy también, sueños y sueños. Aún.

La vida eterna queda en un trozo de ficción, recordado Faxx. Te habría llamado Joaquín.
Y todo se perdió: me siento culpable. De mi silencio. De mi orgullosa soledad. Adiós noble muchacho de las fantasías guerreras y los caminos oscuros. Adiós.