Me enamoro como si en cada episodio erótiko/platónico se me fuera un pedazo de vida, no toda la vida, sino un gran pedazo. Y a veces el enamoramiento renace como lo dice esa certera frase: donde hubo fuego, cenizas quedan. Sólo que a veces no son cenizas sino fragmentos del corpus pasional.
Esta madrugada antes de ver la repetición de un episodio del Inspector Morse, veo en Desde el actors studio temporada 2007 a Al Pacino con ojeras, camisa y saco negros (el saco lleva rayas plomizas y se parece al que lleva el entrevistador) gritando en su interpretación de un demonio. Y la sonrisa de A P entre las pausas me produce un gozo que no es precisamente lujurioso ciento por ciento. Digamos que las ojeras de AP y sus cabellos ligeramente alborotados le dan un aire juvenil. Me equivoco, sin duda. No son sus cabellos especialmente lo que le dan ese glamour varonil sino es su personalidad. Al Pacino se expresa enfáticamente, mueve las manos, es gestual, sonríe. Ahora está hablando de Roy Cohn, su personaje en la serie The Angels in the city. El personaje está hablando sobre el poder. El poder está en la voz y la mirada de Roy Cohn/ Al Pacino en su lado antitotalitarista. Y habla luego del pentámetro yámbico, del apetito por las palabras. AP con corona. Ricardo III. Un recuento cinematográfico. Una sucesión de escenas magistrales. Un collage vivo en la pantalla.
Viene la pausa y una corriente eléctrica se instala en esta zona, entre el televisor, el escritorio, la computadora y yo. El frío se ha desplazado fuera de la zona. Al Pacino ha expulsado lo que no le atañe: él y yo estamos en contacto más allá de la imaginación.
Le preguntan: ¿qué sonido amas? y él responde instantáneamente: la lluvia suave cayendo por la ventana.
Me enamoré de Al Pacino y ahora me percato que este amor es vivificante a diferencia del que tengo por Harrison Ford. Cuando vi a HF hace unos meses en un film intrascendente aunque no malo precisamente, encontré que de todo lo que me atraía de él sólo queda su sonrisa, su gesto retorcido y bárbaramente hermoso. Y eso me entristeció. De ninguna manera he de comparar a Harrison Ford con Al Pacino en el plano actoral. Detesto comparar públicamente, sobretodo a seres exquisitos. Quizás lo hago, aunque reticentemente, a solas.
AP habla de libros y cuenta que estaba muy inmerso en ellos, en los rusos, franceses y otros.
El auditorio pleno de jovenes estudiantes le escucha devocionalmente y yo que estoy enamorada de quien fuera Michael Corleone, en un clásico, -que es mi único punto discrepante con el hermoso pelucón que fuera Andrés Caicedo- de la temática gansteril, comprendo que mi amor por él está lleno de energías, que me hace sonreír y suspender la pesadez de una lejanía existencial. Porque me siento en una zona autónoma donde enamorarse es acometer al talismán etéreo. Sonreír es un gesto auténtico y deseable.
Al Pacino con ojeras me ha conmovido una vez más y le amo.
Scent of a Woman
Esta madrugada antes de ver la repetición de un episodio del Inspector Morse, veo en Desde el actors studio temporada 2007 a Al Pacino con ojeras, camisa y saco negros (el saco lleva rayas plomizas y se parece al que lleva el entrevistador) gritando en su interpretación de un demonio. Y la sonrisa de A P entre las pausas me produce un gozo que no es precisamente lujurioso ciento por ciento. Digamos que las ojeras de AP y sus cabellos ligeramente alborotados le dan un aire juvenil. Me equivoco, sin duda. No son sus cabellos especialmente lo que le dan ese glamour varonil sino es su personalidad. Al Pacino se expresa enfáticamente, mueve las manos, es gestual, sonríe. Ahora está hablando de Roy Cohn, su personaje en la serie The Angels in the city. El personaje está hablando sobre el poder. El poder está en la voz y la mirada de Roy Cohn/ Al Pacino en su lado antitotalitarista. Y habla luego del pentámetro yámbico, del apetito por las palabras. AP con corona. Ricardo III. Un recuento cinematográfico. Una sucesión de escenas magistrales. Un collage vivo en la pantalla.
Viene la pausa y una corriente eléctrica se instala en esta zona, entre el televisor, el escritorio, la computadora y yo. El frío se ha desplazado fuera de la zona. Al Pacino ha expulsado lo que no le atañe: él y yo estamos en contacto más allá de la imaginación.
Le preguntan: ¿qué sonido amas? y él responde instantáneamente: la lluvia suave cayendo por la ventana.
Me enamoré de Al Pacino y ahora me percato que este amor es vivificante a diferencia del que tengo por Harrison Ford. Cuando vi a HF hace unos meses en un film intrascendente aunque no malo precisamente, encontré que de todo lo que me atraía de él sólo queda su sonrisa, su gesto retorcido y bárbaramente hermoso. Y eso me entristeció. De ninguna manera he de comparar a Harrison Ford con Al Pacino en el plano actoral. Detesto comparar públicamente, sobretodo a seres exquisitos. Quizás lo hago, aunque reticentemente, a solas.
AP habla de libros y cuenta que estaba muy inmerso en ellos, en los rusos, franceses y otros.
El auditorio pleno de jovenes estudiantes le escucha devocionalmente y yo que estoy enamorada de quien fuera Michael Corleone, en un clásico, -que es mi único punto discrepante con el hermoso pelucón que fuera Andrés Caicedo- de la temática gansteril, comprendo que mi amor por él está lleno de energías, que me hace sonreír y suspender la pesadez de una lejanía existencial. Porque me siento en una zona autónoma donde enamorarse es acometer al talismán etéreo. Sonreír es un gesto auténtico y deseable.
Al Pacino con ojeras me ha conmovido una vez más y le amo.
Scent of a Woman
7 comments:
También me encanta Pacino. He visto la mayoría de sus películas. Aunque cuando se hizo mayor, para mi gusto, gesticula demasiado, debería enfatizar menos. Pero da igual, me sigue gustando. Pasa lo mismo con Jack Nicholson.
En la primera parte del Padrino, tan inocente al principio, con esa cara de no haber roto nunca un plato, y luego se queda con todo. Es la historia del ascenso al poder, de su conquista.
Por una razón desconocida muy seguido me toca eso de tener que compartir a mis amores.
Exceso de generosidad o, simplemente: no puedo sola con ellos.
En este caso lo hago con gusto, Rain.
Yo amo a Al Pacino también.
Sí, está sobreactuado. Sí, hace años que no se luce como dios manda en una película. Pero, qué diablos, es inmenso. Nadie chasquea los dedos como él. NADIE.
Una sola palabra:
Scarface
Ya he vuelto! y he leído 8 miradas, y más cosas, pero siento decirte que no tengo donde escribir la invitación, quiero decir, que en mi blog no puedo, porque desde que lo comencé me propuse no escribir nada acerca de mí mismo, sólo textos de creación, y tú me pides 8 miradas a mí mismo y no puede ser, aunque tal vez Edgar sí que pueda.
Cierto que a lo mejor no hago otra cosa que hablar de mí mismo en lo que escribo, pero intento disimular, mirar para otro lado.
No obstante gracias por invitarme, tal vez en un nuevo blog que a lo mejor haga en breve.
A mí me gusta Will Smith.
jeje.
Rain, ¿viste Buscando a Ricardo III? Creo que las 20 maneras de decir "Now, the winter of our discontent..." en esa peli fue lo que recordé al pensar un nombre para el blog, más que en Shakespeare.
Nicho, parte del enamoramiento es que los defectos de quien uno está enamorado, quedan en un muy segundo plano... lo medular es que uno está enamorado.
Espléndido Al Pacino. Como Michael Corleone su temple de actor señalaba ya la estela de su historia de actor. Inmenso actor.
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Oh, y creo que estas declaraciones
de amor por Al Pacino se multiplicarían, hermosa Luc...
:)
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J. AlvarGonzález, sí: NADIE...
¿Acaso será que Al Pacino, Jack Nicholson inauguran una veta de la sobreactuación ponderable?
Al Pacino sobrepasa su propio histrionismo. Está por encima de sus defectos.
La gente terrible lo sabe.
:)
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Hamlet, aún hay varios films claves que no he visto. ¿Para qué decir que vi un film que no vi?
Apunto Scarface. Me importa ver la filmografía esencial de Al Pacino. No dudo que este film esté allí.
Gracias por la referencia.
Chao.
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Edgar Quinet, te tornas misterioso. Me hubiera gustado que escribas esos ocho puntos gravitantes sobre ti.
¿Edgar Quinet y su posible nuevo blog?
Hazme saber si acaso eso se concreta...
Chao.
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Vero, hablo sobre ese film con F de vez en cuando. Él lo ha visto tres veces. A través de nuestras conversaciones a veces creo que vi
Ricardo III. Como me sucede con un film de Wim Wenders del cual me ha hablado mucho F, que es como un documental...
Tengo que ver esta película donde
están esas 20 maneras de decir:
"Now, the winter of our discontent..."
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