La voz del gato Benito era mi preferida. Infantil, con delicadas modulaciones.
Era aquel, el tiempo como una gran niebla. Algo hermoso y siniestro en una mezcla líquida (la de mis ojos) y escenas en sepia, porque mi padre había muerto y ya no tenía a quien contarle cada episodio de Don gato y su pandilla. Benito tenía que irse porque yo crecía, me mudaba de casa: me quedaba ver gatos de verdad.
Tejados pintados en la memoria, gritos de amantes que en las noches copulaban en sus camas ruidosas, series televisivas sobre naves espaciales y perversos asesinos. Gatos corriendo en las noches y la voz de Benito perdiéndose entre pensamientos cruzados y el rostro de mi padre desvaneciéndose como una nube, y renaciendo cada mañana al tomar la leche y las tostadas con miel, frente a las macetas rojas con girasoles y los cactus floreciendo en cualquier estación del año.
Los inviernos eran tristes, alegres y exóticos. Cómo no amarlos. Las primaveras eran y son como canciones y hay aroma de cópulas en toda la ciudad, y son como dice South, la imagen de coños frescos matizando la soledad. Qué lírico.
Otoños y veranos: ya verás, hablaré sobre ellos después.
La primera mudanza de mi vida fue tan rápida, con mis cajas de cómics y libros infantiles. Con lazos negros volando sin que nadie los viera y voces de niños en los autobuses. Mi propia voz era como un conjunto de sonidos desordenados, fusionados a la contemplación de las estrellas, y a las pesadillas donde los duendes me arrastraban malévolamente.
Los duendes tan desagradables, con capuchas multicolores y uñas sucias. Así que nunca comprendí que alguien pudiera alabarlos porque los duendes pueden ser más feos que la muerte.
Cuando tenía quince años, solía ver desde mi ventana cómo se mudaban los vecinos. Cómo llegaban otros rostros, otras costumbres, otras voces.
Especialmente las voces infantiles destacaban entre las rutinarias de los adultos, y las cómicas e impostadas de los chicos. Voces que llenaban cada rincón de la ciudad como en esferas celestes, lejos de la crueldad.
Y a pesar de todo, podían ser más crueles que la voz de un profesor iracundo. Mas yo amaba esas voces y las juntaba como si fueran canicas en la mente y por cada canica, el ritmo de la voz que escuchaba se deslizaba en mi pecho y me protegía de los delirantes sonidos de la urbe.
Así crecí, entre voces y voces, mirando a los gatos saltando en tejados rojos y leyendo historias de superhéroes y textos escolares. Fui a la Universidad, renegué de las nuevas epìstolas y de las sentencias académicas. Oh, ya no quiero recordarlo. Sólo me importa, ahora y no sé por qué, hablar de mudanzas, de voces infantiles, de sonetos oscuros como los que ama el terrible Panero cuando los dice, sentado en la mesa de un café-bar acompañado de un par de admiradores, dos rockeros sonrientes/serios, serios/sonrientes.
Los sonetos que alguna vez te escribiré amor sombreado, no los conocerás.
Me he mudado tantas veces y cada vez que he ocupado un nuevo espacio en casa, lo he pintado y arreglado con un extraño frenesí. Hace unos meses todo estaba listo para que A y yo nos vayamos a una mansión, donde hay una inmensa biblioteca. Allí, yo iba a clasificar los libros y a cuidar a un anciano más caprichoso que cualquiera, peor que un niño malcriado. Y eso no importaba porque todo es allí exquisito. Los decorados con una mezcla de barroco y modernidad me atraen si hay libros y allí, los hay en grandes cantidades.
No sé exactamente qué sucedió: debí suponer que no debía confiar en la palabra de un caprichoso anciano.
Confiar en alguien es ingenuo, al fin y al cabo, el mundo es el receptáculo de seres humanos que se traicionan entre sí. Ya sé que tú no me traicionarías, ni yo a ti, ni a ti, ni a nadie. Después de traicionar al destino que anhelaron para mí, no hay otra traición.
Sólo que es verdad. Los seres humanos son mortíferos y traicioneros.
No lloro por eso.
Imagino a un viejo nazi parecido a ese señor, entre sus tesoros y sus veleidades, tomando medicinas, mirando a otros como si él fuera un rey. O el padre cucharón, como dice Panero.
Padre, padrecito cucharón al pie de tu sombra.
Tal vez el destino fue más caprichoso que el padre cucharón y si no nos hemos mudado a esa mansión, nos hemos librado de alejarnos de la musa bebé, de las caminatas en el puerto y las travesías cinéfilas.
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Aún hay historias por recordar, sin que los lazos rotos vuelen ni los ruidos urbanos me torturen. Benditos sonidos de la ciudad, y graffitis en los puentes.
Te quiero, mi niño. Vivir en un departamento pequeño no es una tragedia.
Y no hay duendes aquí.
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Suena la voz de Benito en la tele. A se ríe. Yo también.
6 comments:
Sé que no te burlas.
Mi nombre real es Benito.
A ti te clasificaría entre los especímenes humanos, punkies burtonianos.
Extrañaré la cabecera cuando la cambies.
:)
Vulneraste mi innato rechazo a las chicas malas, je, je.
Nunca había oido hablar del gato Benito. Confianzar en las personas es a lo mejor lo único y más bonito que nos queda. Es lo más digno mantener esa confianza intacta.
recuerdo a benito, niñez, acogedores árboles, espadas de madera... mudanzas una y otra vez, rostros diversos, cada vez más fríos...
"traicionar al destino que anhelaron para mí..."
tu frase describe bastante bien buena parte de mi vida, rain... dormiré sin dormir, pensando...
Cuando era pequeño no veía casi nada la tele, estaba todo el día en la calle, jugando o subido en la bici, pero recuerdo que Don Gato eran mis dibujos favoritos. Los ponían a la hora de la merienda, y yo los veía en blanco y negro, los colorines llegaron un poco tarde a mi casa, y algunas veces los veía, estaría lloviendo o haría mucho frío, no sé.
Esas voces, diré tópicamente, me producen un efecto proustiano: me mudan tan cual a la infancia, o me la traen recién resucitada.
De lo de los duendes no estés tan segura... el depto de a lado está vacío pero todos los días se oyen ruidos extraños, como que arrastran cosas pesadas (¡pero está vacío!). Está recien sellado, así que no pueden ser ratas. Yo creo que cada casa tiene sus otros habitantes, a los que hay que llevarles la fiesta en paz.
"Don Gato, tengo hambre..."
Desolación pura.
Saludos.
Benito, me hace sonreír. Ni que yo escribiera en la línea radicalmente gore o tuviera un
blog hardcore/eroticus
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sobre su clasificación, dejémoslo allí.
Aún no me provoca cambiar la cabecera. Continúe disfrutándola.
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BillyWild, si hablamso de confianza, es algo que sí, me inspiras tí, por ejemplo. por tood el aliento de tus Serenatas que las he leído todas :)
Salute mi apreciado Fer.
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Por lo que dices, pasaste por varias mudanzas, así que conocemos esos periplos :) oh.
Donde se va formando una experiencia de exilio por secuencias, una manera de vivir que no es nómada ni sedentaria.
Y en medio de las cajas y maletas, la voz de Benito en la tele...
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Nicho, es el tiempo perdido ...Yo quiero creer que es verdad que no se ha perdido, que cuando uno escribe, la infancia vuelve a veces, con sus miedos y esplendor...
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Hamletmaschine ¿serán fantasmas?
distingo entre fantasmas y duendes. Sólo que tú estás al lado y no sabes qué son.
Espero que sean fantasmas.
:)
Hay episodios en los que hay algo tan fresco, que una se reía mucho, como ahora cuando A se ríe.
Y también aparecía la desolación...
gatos vagabundos y traviesos.
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